Saber cómo vamos es un propósito al cual las oficinas encargadas de generar estadísticas oficiales destinan una parte muy importante de sus esfuerzos, y con mucha razón, dado que conocer si la sociedad avanza o no en la dirección deseada y al ritmo adecuado constituye un insumo fundamental para que quienes dirigen los asuntos públicos y la sociedad a la que ellos rinden cuentas puedan basar en evidencias sus valoraciones respecto a las políticas públicas en curso y aplicar las medidas correctivas necesarias, en su caso, para el apropiado cumplimiento de los objetivos propuestos.

El presente número de Realidad, Datos y Espacio. Revista Internacional de Estadística y Geografía ofrece un conjunto de reflexiones orientadas a mejorar la capacidad de los generadores y usuarios de información estadística para identificar adecuadamente cómo vamos en lo social y en lo económico. Los artículos se derivan de las ponencias que los autores realizaron en el seminario sobre la medición del progreso y el bienestar social que el INEGI y el CIDE realizaron de manera conjunta a finales del 2009, el cual estuvo inspirado en el Proyecto Global para la Medición del Progreso de las Sociedades, lanzado por la OCDE y, principalmente, por el reporte de la Comisión para la Medición del Progreso Económico y el Bienestar Social, también conocida como la Comisión Stiglitz.

La medición del progreso social pasa por la consideración de la eficiencia en la generación y en el acceso a bienes y servicios que resultan instrumentales para el bienestar de las personas y, por supuesto, sobre la medición del bienestar mismo. Así, entre otros aspectos, supone la evaluación del desempeño de los programas del gobierno, de la correcta identificación y medición de los ciclos económicos y del reporte fidedigno del bienestar de los individuos.

El artículo de David Arellano, Walter Lepore y Miguel Guajardo ofrece un análisis riguroso de los indicadores de desempeño de las diferentes instancias del gobierno mexicano; pone especial énfasis en la coherencia técnica de los instrumentos existentes para ese fin y encuentra que éstos integran un conjunto desarticulado, desordenado e impreciso, con indicadores insuficientemente definidos, que no aportan lo que se quisiera a la rendición de cuentas y la asignación de recursos con base en resultados. En atención a lo anterior, los autores observan que algunas de las premisas para una evaluación del desempeño a fondo no se cumplen para el caso de México y se preguntan si lo que procede es seguir proponiéndose avanzar hacia un sistema integral de evaluación del desempeño o si es preferible establecer un sistema mínimo de evaluación, menos orientado a la coerción y más dirigido hacia el aprendizaje.

Uno de los principales indicadores de desempeño del aparato productivo de un país es el de los ciclos económicos. La adecuada identificación de éstos en México se ha hecho posible durante los últimos años gracias a la aparición de indicadores sintéticos, tanto coincidentes como adelantados, publicados por el INEGI; sin embargo, es frecuente que, incluso entre los analistas especializados en temas económicos, los conceptos de recesión, contracción, recuperación y expansión se utilicen de manera imprecisa o francamente equivocada, por lo cual, el ejercicio planteado en el artículo de Jonathan Heath resulta doblemente pertinente dado que a la vez que expone el adecuado uso de los conceptos nos permite hacer un recorrido por los ciclos económicos de nuestro país desde la década de los 80 hasta la actualidad y conocer algunas de sus principales características, como su duración y profundidad. A partir de esta información, el autor muestra que, contrario a lo que se repitió en innumerables ocasiones en la prensa, la recesión del 2008-2009 no fue la más intensa de los últimos 30 años dado que las de 1994-1995 y de 1982-1983 resultaron aún más profundas.

El artículo de Arturo Antón ofrece, también, información sobre los ciclos económicos; muestra que, en el caso de México, los incrementos en producción durante la etapa de crecimiento son mucho menores y de más baja duración que en economías desarrolladas, mientras que las recesiones son relativamente más prolongadas, aunque no mucho más profundas. Usando información del INEGI, Antón expone que, en promedio, los ciclos económicos en nuestro país duran cinco años y que 30% de ese tiempo corresponde a las fases de disminución en la actividad economica, lo cual contrasta con lo que ocurre en naciones desarrolladas, donde los ciclos tienen una duración media superior a los ocho años, de los que sólo 13% corresponde a la etapa de caída de la actividad económica. Por otra parte, contrario a lo planteado por Jonathan Heath, el autor afirma que la recesión del 2008-2009 sí fue la más severa de los últimos 30 años, aunque para sustentar esta afirmación hace referencia únicamente a la producción de bienes y servicios finales y no al indicador compuesto coincidente (que combina producción y otros indicadores) en el que se basa la afirmación de Heath.

Las series de tiempo suelen descomponerse en cuatro elementos: tendencia, ciclo, estacional e irregular. El análisis tradicional de ciclos económicos, como lo ha realizado por muchas décadas el National Bureau of Economic Research (NBER) de Estados Unidos de América (EE. UU.), se hace a partir de la identificación de los puntos de giro del indicador coincidente, una vez que a éste se le han quitado los componentes estacional e irregular, lo cual implica que el análisis se hace a través de la serie de tendencia ciclo del indicador coincidente; sin embargo, para metodologías como la de la OCDE y la que a partir de noviembre del 2010 utiliza el INEGI, se hace necesario separar el componente cíclico del componente de tendencia, para lo cual suele recurrirse al uso del filtro de Hodrick y Prescott, que es precisamente el eje del artículo de Víctor Guerrero, quien propone un procedimiento estadístico para fijar el nivel de suavidad deseado para la tendencia. Dicho procedimiento implica un índice de precisión relativa que formaliza el concepto de suavidad de la tendencia y se presenta como alternativa a la práctica común del uso de un valor estándar como parámetro de suavizamiento. Guerrero argumenta que la ventaja de fijar el porcentaje de suavidad para estimar la tendencia radica en que permite comparar series con diferente número de observaciones, una misma serie en distintos momentos del tiempo e, incluso, series con variadas frecuencias de observación.

La adecuada caracterización de los ciclos económicos supone el uso de una diversidad de indicadores de cuya disponibilidad y oportunidad dependen los agentes económicos para la adecuada toma de decisiones. En este sentido, el artículo de Luis Foncerrada se propone “…sugerir algunas ideas y recomendaciones para producir en nuestro país indicadores económicos, financieros y empresariales que contribuyan a identificar ambios en el ciclo económico de forma más temprana y estar en mejores condiciones de anticipar respuestas de política económica que apuntalen el bienestar de la población”.

Estas sugerencias incluyen, entre otras: generar estimaciones preliminares del PIB trimestral que compitan en oportunidad con las de EE.UU.; aumentar la oferta de series económicas desestacionalizadas; crear una plataforma electrónica que integre los principales indicadores que se generan en el país, independientemente de sus fuentes; ampliar los alcances de las encuestas de opinión empresarial y establecer un grupo de especialistas para fijar las fechas de inicio y terminación de los ciclos económicos en México.

Los ciclos económicos son importantes para saber cómo vamos, pero no son lo único importante. En este contexto, como quedó de manifiesto en el número anterior de Realidad, Datos y Espacio, hay una creciente literatura que incorpora una diversidad de aspectos no económicos en la medición del progreso social. Aquí, el estudio del bienestar subjetivo ocupa una posición muy destacada. El artículo de Luis Rubalcava utiliza información de la Encuesta Nacional sobre Niveles de Vida de los Hogares, que permite comparar entre estadísticas objetivas y subjetivas referidas a variables similares y muestra cómo la imagen de la realidad que se construye a través de percepciones puede diferir notablemente de la que se deriva de mediciones objetivas. Por esto, plantea que ambos tipos de fuentes son, finalmente, complementarias, por lo que se hace necesario usar con juicio las estadísticas subjetivas en combinación con estadísticas duras, para así lograr un mejor entendimiento de la realidad y, con ello, facilitar un adecuado diseño de políticas públicas.

En la apreciación de cómo vamos, resulta sano que haya una pluralidad de voces en la que participen generadores de información de los distintos sectores de la sociedad. El artículo de Edna Jaime y Mariana García, luego de reconocer el carácter multidimensional del progreso social, se concentra en describir “…el papel que desempeñan las organizaciones civiles como usuarias y generadoras de indicadores y métricas que permiten evaluar el quehacer del gobierno y su incidencia sobre el bienestar y el progreso de los ciudadanos”. Las autoras conciben a las organizaciones sociales como intermediarios legítimos para transmitir a la sociedad la información del gobierno y hacerle saber a éste el sentir y las necesidades de la sociedad, y sostienen que dichas organizaciones juegan un papel muy importante en la generación de mejores estadísticas sobre bienestar social.

En esta segunda edición del 2011, Realidad, Datos y Espacio. Revista Internacional de Estadística y Geografía cierra con una reseña preparada por Aníbal Gutiérrez, la cual se refiere a un libro recientemente publicado por el Foro Consultivo Científico y Tecnológico bajo el nombre Midiendo el progreso de las sociedades: reflexiones desde México donde se presentan contribuciones desde diferentes perspectivas teóricas y disciplinarias de especialistas radicados en nuestro país que intentan responder a: ¿qué debemos considerar como progreso en el siglo XXI? y ¿cómo podemos medirlo? El libro fue coordinado por Mariano Rojas, uno de los principales líderes en el estudio del bienestar subjetivo en América Latina.