Desventajas individuales, familiares y sociales de los(las) jóvenes mexicanos(as) frente a la violencia en las ciudades

 

Individual, Family and Social Disadvantages of Mexican
Youth in the Face of Urban Violence

 

Alejandra Pérez Pérez* y Olga Lorena Rojas Martínez**
* Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano de la Ciudad de México (C5), alojandra@gmail.com
** El Colegio de México, olrojas@colmex.mx

 

Vol. 12, Núm. 2 EPUB                                                          Desventajas individuales...  EPUB

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Utilizando los datos de la Encuesta de Cohesión Social para la Prevención de la Violencia y la Delincuencia del 2014, en este artículo analizamos algunas desventajas individuales, familiares y sociales que pueden contribuir a explicar el involucramiento de los(las) jóvenes, de ciertas urbes mexicanas, en situaciones de violencia como víctimas en diversos espacios del ámbito social. Tomamos en cuenta los resultados de investigaciones previas sobre las consecuencias que puede propiciar en las vidas de los(las) jóvenes la violencia experimentada en sus hogares y comunidades. Nuestros hallazgos permiten confirmar la pertinencia de considerar los ambientes familiares hostiles y violentos como desventajas que pueden favorecer la victimización de los(las) jóvenes urbanos(as) en la escuela, el trabajo o la vía pública.

Palabras clave: jóvenes; violencia intrafamiliar; desventajas acumuladas; victimización; México.

 

 

Using data from the 2014 Social Cohesion Survey for the Prevention of Violence and Crime (ECOPRED), in this article we analyze some individual, family and social disadvantages that may contribute to explain the involvement of young people in certain Mexican cities in situations of violence as victims in various social spheres. We take into account the results of previous research on the consequences that violence experienced in their homes and communities can have on the lives of young people. Our findings confirm the relevance of considering hostile and violent family environments as disadvantages that may favor the victimization of urban youth at school, at work or on public roads.

Key words: young people; domestic violence; cumulative disadvantages; victimization; Mexico.

Recibido: 15 de julio de 2020.
Aceptado: 4 de diciembre de 2020.


Introducción

Los altos niveles de violencia, delincuencia y criminalidad que se registran actualmente en México, así como el incremento de delitos (como el robo en la vía pública y en el transporte público, la extorsión, el robo total o parcial de vehículos, las amenazas, el fraude y el robo a casa-habitación) han provocado que la inseguridad sea uno de los principales problemas percibidos por la población (INEGI, 2019).

Desde el 2008, el país ha experimentado una de las etapas más violentas de su historia moderna; ejemplo de ello fue la ocurrencia durante el 2014 de más de 19 mil homicidios, que representaron una tasa superior a los 16 asesinatos por cada 100 mil habitantes. Cifras alarmantes al compararlas con aquellas del 2007, cuando sucedieron 8 867, es decir, menos de la mitad de los acontecidos en el 2014 (Merino y Fierro, 2016).

En este contexto, el ámbito urbano destaca en particular por sus niveles de violencia y tasas de homicidios. El Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal señala que, actualmente, de las 50 ciudades más violentas del mundo, 42 están en América Latina, y México tiene 15 de ellas. En el 2018 destacaron como las urbes más peligrosas y violentas del país, en particular, Tijuana, Ciudad Juárez, Acapulco e Irapuato (Velázquez, 2019).

Son pocos los análisis existentes sobre el fenómeno de la violencia desde una perspectiva enfocada en las zonas urbanas del país. También, son escasos los estudios que ponen de relieve la situación familiar y social de la población juvenil como víctima de diversos actos violentos, incluyendo los homicidios, que se han convertido en la principal causa de su muerte (Merino y Fierro, 2016). Estas cuestiones han motivado los esfuerzos de algunas instituciones y diversos(as) investigadores(as) para trabajar tanto en la generación de información como en su análisis con el fin de tener elementos que permitan conocer mejor el fenómeno y buscar mecanismos que incrementen la seguridad y el adecuado desarrollo de la población juvenil (Alvarado, 2012 y 2014).

En este sentido, se debe señalar que desde el 2007 el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) ha llevado a cabo diversas encuestas sobre inseguridad y victimización, entre las que destaca la Encuesta de Cohesión Social para la Prevención de la Violencia y la Delincuencia (ECOPRED) 2014, representativa de diversas áreas urbanas mexicanas, entre las que se encuentran algunas de las ciudades más violentas del país (INEGI, 2015).

Con frecuencia, los estudios sobre el tema en México se han enfocado en el análisis de los niveles de inseguridad, del maltrato infantil y de la violencia contra las mujeres. En ese sentido, diversas investigaciones acerca de la violencia intrafamiliar sostienen que los escenarios violentos en la vida cotidiana tienen consecuencias negativas en la vida de los(las) niños(as) y de los(las) jóvenes, pues pueden replicar o ser víctimas de actos de este tipo en otros ámbitos de su vida.

En particular, el maltrato infantil puede ser considerado como una situación desventajosa que puede contribuir a explicar conductas violentas de los(las) jóvenes en el ámbito social. Por ello, se señalan con insistencia los efectos nocivos que tiene el ejercer violencia sobre los(las) hijos(as) en el hogar, pues puede propiciar que experimenten estas situaciones como víctimas o agresores(as) en otros ámbitos sociales, como la escuela, el trabajo, la calle o, más tarde, durante su vida adulta (Álvarez Icaza, 2010; Azaola, 2004; Castro y Frías, 2010; Ramírez, 2005; Saucedo, 2010; WHO, 2007).

Las relaciones violentas en los hogares implican patrones de comportamiento que podrían modificarse con ambientes que fomenten el diálogo con los(las) demás y la comprensión entre las personas. Lograr lo anterior permitiría, por un lado, mejorar las relaciones entre padres[1] e hijos(as) y, por otro, combatir la reproducción de conductas violentas como mecanismo de resolución de conflictos (Ramírez, 2007; UNICEF, 2006).

Teniendo en cuenta lo anterior, el objetivo de este trabajo es conocer cómo inciden algunas características individuales de los(las) jóvenes, de sus hogares, así como de la colonia donde habitan sobre la posibilidad de que sean víctimas de violencia en el ámbito social, ya sea en la escuela, el trabajo o la vía pública.

En la primera parte del artículo revisamos los hallazgos de algunas investigaciones previas sobre la violencia intrafamiliar, los factores asociados a ella y, particularmente, los efectos adversos que puede tener sobre la infancia y la juventud. El contenido de este apartado nos brinda los elementos para plantear el interés de nuestro estudio. Tomando en cuenta que la violencia en los hogares es un fenómeno multicausal, proponemos una aproximación a diversos factores que pueden ser considerados como desventajas sociales (individuales, familiares y de la colonia) para los(las) jóvenes y que pueden favorecer su victimización en el ámbito social.

En la segunda parte presentamos la estrategia metodológica, donde planteamos tanto la consideración de diversas variables sociodemográficas individuales y familiares de los(las) jóvenes estudiados(as) como la necesidad de construir y utilizar diversos índices que reportan los niveles de conflictividad, cohesión y convivencia al interior de sus hogares, además de la percepción de riesgo respecto a la colonia en la que habitan.

En la última sección del trabajo, analizamos el comportamiento de las variables explicativas y de los índices —entendidos como desventajas o ventajas— y su asociación con la posibilidad de que los(las) jóvenes urbanos(as) estudiados(as) sean víctimas de episodios de violencia en su ámbito social: escuela, trabajo o calle.

 

Antecedentes de investigación

Violencia intrafamiliar e infancia

Diversos estudios acerca de los efectos adversos que propician los ambientes familiares violentos sobre la infancia señalan que las conductas violentas (observadas o experimentadas en la niñez) frecuentemente son aprendidas y replicadas en contra de los(las) compañeros(as) de escuela durante la infancia y la adolescencia (Jeevasuthan y Hatta, 2013; Peterson, 2005).

Además, se cuenta con información de que la violencia ejercida por los jóvenes varones contra sus pares en el ámbito escolar más tarde puede replicarse durante la juventud y aún en la vida adulta contra sus cónyuges (Kimball, 2015; UNICEF, 2006; WHO, 2007).

Ser víctima de violencia en el espacio familiar puede propiciar que se ejerzan conductas de agresión física e, incluso, actividades delictivas más tarde a lo largo de la vida (Huang et al., 2015; Safranoff y Tiravassi, 2018; WHO, 2007).

Se ha observado que los(las) niños(as) y jóvenes más conflictivos(as) en las escuelas suelen provenir de familias que no parecían actuar en corresponsabilidad con la institución para la educación de los(las) estudiantes. Este tipo de situaciones ocurre con más frecuencia en hogares de escasos recursos, en los cuales los padres se ven obligados a trabajar jornadas extensas y a enfrentar frecuentes presiones económicas que les dificultan atender y participar en la educación de sus hijos(as) (Alvarado, 2014; Azaola, 2004; Castro y Frías, 2010; Concha-Eastman y Concha, 2014). En contraste, se ha detectado que los(las) jóvenes que han estado alejados de los problemas relacionados con la delincuencia señalan que sus familias han sido un apoyo para evitar a los grupos criminales por medio de pautas de comportamiento positivas (Concha-Eastman y Concha, 2014).

En el caso mexicano en particular, diversas investigaciones señalan que el maltrato infantil continúa prevaleciendo en las familias como una forma de corregir los comportamientos de los(las) hijos(as). Todavía se observa que el castigo violento hacia los(las) pequeños(as) está presente en las relaciones intrafamiliares y que, de manera frecuente, se emplean los gritos y las agresiones físicas contra los(las) niños(as) y los(las) jóvenes, que ponen en riesgo su integridad física y su desarrollo emocional. Por ello, se señala que el hogar puede constituirse en el lugar más inseguro para niños(as) y adolescentes (Álvarez Icaza, 2010; Azaola, 2004; Castro, 2014; Castro y Frías, 2010; Ramírez, 2005; Saucedo, 2010).

Diversos esfuerzos de investigación llevados a cabo en el país, desde aproximaciones cualitativas y cuantitativas, han dado cuenta de la situación que viven los(las) niños(as) y los(las) jóvenes en sus hogares en materia de maltrato y violencia, así como de los efectos que esta experiencia puede tener en sus vidas.

Uno de estos esfuerzos es el estudio de corte cualitativo, basado en entrevistas en profundidad, que da cuenta de las experiencias violentas sufridas por algunos varones entrevistados, quienes señalaron que durante su infancia sufrieron maltrato por parte de sus padres (Ramírez, 2007). En particular, los padres de los entrevistados recurrieron con mayor frecuencia a la violencia física, pero también al abandono material y afectivo. Haber sido víctimas de violencia en el espacio familiar provocó en algunos de ellos conductas de agresión física hacia sus pares durante la infancia. Se trata de una replicación de las relaciones violentas vividas y aprendidas en el hogar que, al no poder ejercer en el círculo familiar, se manifiestan en otros espacios, como la escuela o el barrio, como una continuación de la socialización que se ha vivido en casa (Ramírez, 2007).

En este mismo estudio se analizaron las repercusiones de la violencia que observaron entre sus padres cuando los varones entrevistados eran niños, así como los sentimientos y pensamientos que les propiciaba, sobre todo, porque la violencia más frecuente era la ejercida por el padre hacia la madre. Se observó que los hombres tenían mayor propensión a ser violentos con sus parejas cuando habían sido testigos de agresiones constantes entre sus padres durante su infancia (Ramírez, 2007).

En otra investigación en torno al acercamiento de los jóvenes varones a la violencia en zonas urbanas de México, mediante entrevistas en profundidad, se encontró que en su mayoría el primer contacto con situaciones violentas ocurrió en sus hogares y, por lo general, percibiéndose como víctimas de sus padres o como agresores respecto a sus hermanos(as) menores. Algunos de los entrevistados consideraron que la violencia ejercida por sus padres era legítima, mientras que aquellos que la sufrieron de manera más intensa afirmaron haberla vivido de forma pasiva (Alvarado, 2014).

Por otro lado, desde una aproximación cuantitativa a partir de la información de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2003 realizada por el INEGI, Frías y Castro (2011) analizaron (para el caso mexicano) los comportamientos de jóvenes varones, detectando que cuando señalaron haber sido víctimas de violencia física en el ámbito familiar se incrementó 90 % el riesgo de sufrirla en la escuela, pero aumentó todavía más (106 %) el de ser agresor en ese mismo ámbito. Este trabajo confirma los hallazgos de los estudios cualitativos señalados con anterioridad sobre el papel de los hombres que durante su infancia sufrieron agresiones en sus hogares como agresores contra sus pares en las etapas infantil y juvenil (Frías y Castro, 2011).

Otro esfuerzo de investigación fue el sondeo que a nivel nacional llevó a cabo el Instituto Federal Electoral (IFE) entre la población infantil y juvenil en el 2012, cuyos datos permitieron constatar la existencia de algunos factores de riesgo de sufrir maltrato en sus hogares: ser hombre, de corta edad y no asistir a la escuela (IFE, 2012).

Cuando se han estudiado las causas que pueden llevar a los jóvenes varones a involucrarse en situaciones delictivas, se ha encontrado que en muchas ocasiones tuvieron carencias familiares afectivas, ya sea por falta de cuidados durante su crianza o por agresiones directas contra ellos (Alvarado, 2014; Azaola, 2004; Nava, 2014).

 

Violencia en contextos sociales de pobreza y marginación

Diversos resultados de investigaciones señalan la importancia de considerar la desigualdad social en el estudio de las relaciones violentas contra niños(as) y jóvenes en la familia, además de las repercusiones en sus trayectorias de vida, pues aquellos(as) que habitan en zonas marginadas perciben la violencia vivida como algo normal en su entorno familiar, situación que contrasta con la de los(las) muchachos(as) de sectores más favorecidos, quienes sufren violencia de manera más frecuente en la escuela o en la calle, antes que en su hogar (Alvarado, 2014; Nava, 2014; Peterson, 2005).

Los contextos donde se junta la desigualdad social con otras desventajas sociales incrementan el riesgo de que los(las) jóvenes se vean involucrados(as) en hechos violentos en varios ámbitos, generando un círculo vicioso de rezago y violencia. Ello se traduce en que, en el ámbito familiar, las relaciones violentas se repliquen a través de las generaciones, convirtiéndose en desventajas para sus integrantes (Azaola, 2004; Castro y Frías, 2010; Schoon y Melis, 2019).

En algunas investigaciones realizadas en México se ha observado que, en las familias de estratos sociales empobrecidos, el comportamiento violento de los padres hacia sus hijos varones es considerado como una forma tradicional y normal de educarlos. En cambio, las hijas suelen ser menos agredidas que sus hermanos, pues a los niños, además de disciplinar sus conductas en general, se les enseña a ser más fuertes, tanto física como emocionalmente (Oliveira y García, 2017; Ramírez, 2005; Ramírez, 2007).

La consulta realizada en México por el IFE (hoy Instituto Nacional Electoral) en el 2012 recuperó información del maltrato sufrido por los(las) niños(as) en la escuela, estableciendo una diferenciación según si era pública o privada, que puede emplearse como un indicador del nivel socioeconómico de las familias de los(las) pequeños(as). Los resultados mostraron más maltrato reportado por alumnos(as) de escuelas públicas (en un rango entre 6.2 y 18.8 %) en comparación con los(las) de instituciones privadas (entre 4.8 y 15.4 %). En el mismo sentido, los resultados de esta consulta señalaron que el maltrato escolar afecta en mayor proporción a los hombres que a las mujeres (IFE, 2012).

El estudio de Frías y Castro (2011) pone especial atención en el sexo de las personas relacionadas con eventos de violencia en el ámbito escolar mexicano. Sus hallazgos muestran que los hombres suelen involucrarse en conflictos agresivos en mayor medida que las mujeres. Este resultado es indicativo de que, durante la niñez y la adolescencia, ellos pueden ser más vulnerables a ser violentados en sus principales ámbitos de socialización: la familia y la escuela (Castro, 2014; Frías y Castro, 2011, 2013).

Al tomar en cuenta las características del entorno de la vivienda de los(las) jóvenes entrevistados(as) por Frías y Castro (2011), se pudo observar que el involucramiento de los(las) adolescentes en situaciones violentas está muy relacionado con el contexto de violencia e inseguridad comunitarias. Es decir, quienes viven en colonias conflictivas o estudian en escuelas con esa misma característica, sufren en mayor proporción violencia intrafamiliar, en el noviazgo y la escuela, en comparación con quienes asisten a escuelas y viven en colonias no conflictivas (Frías y Castro, 2011).

 

Socialización primaria en ámbitos familiares violentos como desventaja para los(las) jóvenes

En relación con los aprendizajes de conductas violentas se ha observado que, si en la familia los conflictos se resuelven con agresiones o hay relaciones de subordinación entre sus miembros, los(las) niños(as) y los(las) jóvenes internalizan estas conductas como normales y, eventualmente, las replican en otros espacios sociales. Es decir, la violencia es un comportamiento que tiene raíces culturales y, debido a que se convierte en una forma de socialización, suele ser aceptada en distintos ámbitos, como el familiar, comunitario y social (Abrahams y Jewkes, 2005; Frías y Castro, 2011, 2013; Casique, 2012; Ramírez, 2007; Saucedo, 2010).

Los(las) jóvenes están expuestos(as) a distintos riesgos y cuentan con herramientas diferentes para enfrentarlos, determinadas muchas veces por los contextos particulares en los cuales se desarrollan sus vidas. En las familias y en las relaciones sociales más amplias, uno de los principales factores de riesgo de sufrir violencia es ocupar una posición subordinada, ya sea por edad, sexo o capacidades (Casique, 2012; Frías y Castro, 2013). Esta subordinación actúa (junto con características como el nivel educativo, la composición del hogar y la capacidad de integración al mercado laboral) como un obstáculo para el desarrollo adecuado de los individuos (Alcázar et al., 2020; Schafer et al., 2011).

Sin embargo, para entender el surgimiento y la replicación de la violencia, debe tenerse en cuenta que, a pesar de tener una fuerte asociación con los factores señalados, estos pueden no ser determinantes, pues existen otras desventajas que también pueden asociarse con la violencia (Alvarado, 2014; Azaola, 2004; Rodríguez, 2001).

Las que afectan las trayectorias juveniles se pueden dividir en tres ámbitos de actuación: el individual, el del hogar y de la comunidad. En el primero se incluyen las que caracterizan directamente a los(las) jóvenes: sexo, edad, asumir roles adultos de manera precoz durante la adolescencia, bajo nivel educativo y precariedad laboral (Alcázar et al., 2020; Nurius et al., 2015; Rodríguez, 2001).

En el del hogar, una desventaja importante se relaciona con condiciones precarias de sobrevivencia y privaciones, además de una mayor proporción de personas dependientes, relaciones autoritarias y el uso de la violencia como mecanismo para resolver conflictos en la familia. En conjunto, estas situaciones pueden configurar importantes desventajas para los(las) jóvenes (Alvarado, 2014; Azaola, 2004; Nava, 2014).

Cuando la violencia es una forma de resolución de conflictos y de corrección de comportamientos de los(las) más pequeños(as) —y si a ello se agrega la falta de convivencia de los(las) hijos(as) con sus padres se configuran contextos familiares hostiles para el desarrollo de los(las) jóvenes, muy comunes en los sectores sociales económicamente precarios y con poca escolaridad. Este tipo de ámbitos familiares puede contribuir a definir las trayectorias de vida en las que acumulan varias desventajas que, a su vez, pueden propiciar transiciones precoces a la vida adulta (Abrahams y Jewkes, 2005; Alvarado, 2014; Mora y Oliveira, 2014; Nurius et al., 2015; Schafer et al., 2011; Schoon y Bynner, 2003).

Al analizar la reproducción de patrones de comportamiento agresivo o violento entre niños y jóvenes se ha encontrado que la violencia ejercida por los padres hacia los hijos provoca una conducta infantil violenta, pues los pequeños aprenden a resolver problemas o a defenderse mediante agresiones (Frías y Castro, 2013; Ramírez, 2007). Haber sido víctimas durante la infancia, más tarde los hace más propensos a ser violentos en sus relaciones conyugales (Abrahams y Jewkes, 2005; Frías y Castro, 2013; Ramírez, 2005; Ramírez, 2007). Los hijos varones, por lo general, tienden a imitar el papel del padre, sea como víctima o como agresor; en tanto que las hijas, el de la madre (Casique, 2012; Castro y Frías, 2010; Hoffman, Ireland y Widom, 1994; Oliveira y García, 2017).

Entonces, se considera que una fuerte desventaja, asociada con situaciones de violencia a lo largo de la vida, es haber vivido violencia intrafamiliar durante la infancia y la adolescencia, entendida como las agresiones físicas, psicológicas o sexuales ejercidas entre individuos con lazos de sangre o de afinidad (Azaola, 2004; Frías y Castro, 2011; Morrison y Shifter, 2005; Saucedo, 2010).

La violencia intrafamiliar puede presentarse como una desventaja para los(las) hijos(as) de tres formas: 1) activa: abuso físico, emocional y sexual hacia los(las) menores; 2) pasiva: abandono físico y emocional; y 3) maltrato indirecto: cuando los(las) niños(as) son testigos de violencia (Ramírez, 2007).

La importancia de considerar si los(las) niños(as) o jóvenes son víctimas de violencia en sus familias se basa en la construcción de marcos simbólicos derivados de las situaciones violentas, capaces de generar dos efectos en otros espacios de convivencia: por un lado, al propiciar conductas violentas con amigos(as), compañeros(as) de escuela o del trabajo y, por otro, hacerlos vulnerables a las agresiones, convirtiéndolos(as) en víctimas de sus pares (Frías y Castro, 2011, 2013; Ramírez, 2005; Ramírez, 2007). En este contexto, es posible esperar que las experiencias de violencia en el hogar incrementen en los(las) jóvenes la probabilidad de estar involucrados(as) en hechos de violencia en el ámbito social, como víctimas o victimarios(as) (Abrahams y Jewkes, 2005; Azaola, 2004; Huang et al., 2015; Ramírez, 2005; UNICEF, 2006; WHO, 2007).

Por otro lado, además de las condiciones socioeconómicas de las familias y sus hogares, debe tenerse en consideración el entorno de la vivienda para entender los mecanismos de socialización de comportamientos entre los(las) jóvenes, en particular en cuanto a la réplica de la violencia. La desigualdad social que impide acceder a bienes materiales y estabilidad económica puede convertirse en una motivación para extender las conductas violentas, vividas y aprendidas en los hogares, a otros ámbitos (escuela, trabajo o vía pública), las cuales pueden convertirse, eventualmente, en comportamientos delictivos (Alvarado, 2014; Azaola, 2004; Nava, 2014).

En el nivel comunitario, las situaciones a las cuales los(las) jóvenes se enfrentan de manera cotidiana son la inseguridad, la delincuencia, el tráfico de drogas, los bajos niveles de escolaridad, el incremento del empleo informal, el desempleo generalizado y, en general, el predominio de empleos precarios, así como una acentuada desigualdad social que implica una elevada concentración de desventajas en ciertas colonias o barrios (Castel, 2004; CEPAL, 2003).

Sin embargo, hay que tener presente que las desventajas generadoras de violencia en el ámbito social afectan de manera diferenciada a hombres y mujeres. Aunque ambos pueden involucrarse en situaciones violentas, lo hacen de manera diferente según el espacio social de que se trate. En general, los hombres son presionados principalmente en el ámbito público para defender y confirmar frente a sus pares masculinos su identidad de género mediante peleas, golpes o amenazas y, por lo tanto, ellos se ven involucrados con mayor frecuencia en relaciones violentas en este espacio social público (Archer, 1994; Campbell y Muncer, 1994; Ramírez, 2005).

 

Adolescencia y juventud temprana

Ambas son etapas del desarrollo humano que se caracterizan por cambios tanto biológicos como psicosociales en los individuos. Los seres humanos transitan desde la infancia (cuando son principalmente dependientes de otras personas) hacia la adultez (cuando se independizan e, incluso, otras personas podrán depender de ellos); el contexto de cada individuo propicia que los procesos y el momento en que vive esta transición sean únicos. Este cambio refleja las diferencias y las especificidades relacionadas con factores como el sexo y la etnia, así como el ambiente en el que se produce (urbano o rural, nivel socioeconómico y educacional, tipo de cultura) (Gaete, 2015).

Existen distintas posiciones sobre la clasificación de los individuos en categorías respecto a su etapa de desarrollo o la situación que tienen en relación con las personas que los rodean. Taguenca (2008) señala que el hecho de constreñir a la juventud a ciertas edades y características tiende a contraponer los conceptos de joven y adulto(a) como subculturas en un contexto de dominantes y dominados, cuando la realidad no es precisamente así.

Por ello, hay posturas que proponen categorizar a las personas según su etapa de desarrollo como una estrategia aceptable para entender el proceso que enfrentan, considerando que la mayoría comparte las características correspondientes a cada etapa. En este sentido, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) define a los(las) jóvenes como aquellas personas de entre 15 y 24 años de edad (ONU, s. f.), en tanto que la Organización Mundial de la Salud (WHO, por sus siglas en inglés), dice que son las que tienen entre 10 y 24 años (considerando la adolescencia entre los 10 y 19) y la adultez joven, de los 20 a los 24 (WHO, 2011). En México, el Instituto Mexicano de la Juventud (IMJUVE) considera como jóvenes a todas las personas entre los 12 y los 29 años (IMJUVE, 2017).

En general, existe consenso en que la adolescencia es un proceso en el cual las personas transitan a la independencia económica y emocional, a la par de que migran su centro de gravedad de la familia hacia el grupo de pares, se consolida su identidad y amplían sus perspectivas sobre las normas sociales (Gaete, 2015).

La Academia Americana de Pediatría (AAP) (2017) considera la adolescencia como una etapa de cambios constantes, a la que se suman las modificaciones en la vida de los padres (separaciones, desempleo, cambios en el estado de salud, cambio de lugar de residencia), de los cuales son más conscientes los(las) adolescentes que los(las) niños(as) y, por ello, influyen de distinta manera en su desarrollo.

Los cambios físicos y psicológicos que se viven durante esta fase han permitido dividirla en tres etapas: temprana, tardía y media. Con la información que provee la AAP (2017) y la recopilada por Gaete (2015), se reconocen algunas de las características asignadas a estas:

  • La adolescencia temprana se ubica entre los 10 u 11 años hasta los 13 o 14. Sus características son: aumento considerable de la estatura, así como la menarca en las mujeres. El desarrollo mental continúa en el pensamiento concreto, preocupaciones por sus constantes cambios corporales, egocentrismo, mantienen una relación cercana con los padres, perciben las diferencias entre su propia cultura y la de los demás, empiezan a cuestionar a la autoridad, pero siguen ajustándose a las convenciones sociales. Entre los problemas potenciales se enfatiza la depresión, el inicio de conductas de riesgo que pueden ocasionar embarazos no deseados, consumo de tabaco, alcohol y otras drogas.
  • La adolescencia media va generalmente desde los 14 o 15 años hasta los 16 o 17. Se caracteriza por la continuación del aumento de estatura, ovulación en las mujeres, desarrollo del pensamiento abstracto y sobre el futuro. Aumenta la capacidad de empatía y preocupación por los(las) otros(as), comienza la emancipación emocional y el distanciamiento de la familia y de la autoridad de los padres, un aumento del poder del grupo de pares, la autoimagen depende de la opinión de terceros, hay interés en las relaciones sexuales e incremento en la toma de riesgos. Hay posible conflicto cultural, pues el adolescente navega entre los valores familiares y los de la cultura más amplia. Entre los potenciales problemas están: experimentar conductas riesgosas, como consumo de sustancias o relaciones sexuales, embarazos no deseados y trastornos alimenticios.
  • La adolescencia tardía contempla a la mayoría de las personas que se encuentran entre los 17 o 18 años hasta los 21, aproximadamente. Se caracteriza por el término del aumento de estatura, pensamiento con orientación hacia el futuro, mayor capacidad para predecir consecuencias y aumento del control de impulsos, independencia emocional, además de una personalidad más integrada y con intereses más estables; mayor capacidad de empatía, intimidad y reciprocidad en las relaciones interpersonales en comparación con las etapas anteriores e inicio de la mayoría de edad. Los problemas potenciales a los que tienen mayor exposición son, entre otros, trastornos alimenticios y emocionales, depresión, embarazos no deseados y consumo de sustancias.

 

Procedimientos metodológicos

Los resultados de las investigaciones revisadas anteriormente muestran la importancia de considerar diversos factores de riesgo o desventajas y su interacción para entender la presencia de violencia en la vida de los(las) jóvenes en el ámbito social o público. Podemos decir que aquellos(as) que viven relaciones violentas lo hacen en un contexto de acumulación de desventajas y que las características que con mayor frecuencia se vinculan con el riesgo de que se involucren en episodios violentos son la edad: mientras más joven, se es más vulnerable; el nivel socioeconómico, los(las) jóvenes de hogares con mayores carencias tienden a experimentar más hechos violentos; el sexo: son más vulnerables las mujeres en el hogar y los hombres en el espacio público; y las relaciones al interior de las familias: la violencia intrafamiliar se asocia con el desarrollo de relaciones violentas entre las personas involucradas, en especial niños(as) y jóvenes en otros espacios de socialización.

Considerando todos estos elementos, el interés de nuestro estudio está centrado en analizar si las desventajas que acumulan los(las) jóvenes a lo largo de su vida —individuales, familiares y sociales— pueden ser elementos que los(las) lleven a ser víctimas de violencia en diversos espacios del ámbito social o público durante el año previo al levantamiento de la encuesta: la escuela, el trabajo o la vía pública.

 

Fuente de información y población en estudio

Utilizamos como base los datos de la ECOPRED 2014, cuyo objetivo fue captar diversos factores asociados a la posibilidad de que los(las) jóvenes sean víctimas de violencia o repliquen conductas violentas o delictivas. Esta encuesta es transversal, representativa de 47 áreas urbanas mexicanas con alta incidencia delictiva[2] y cuya unidad de análisis es la población juvenil de 12 a 29 años, sus hogares y las colonias en las que habitan.

Entre las circunstancias y factores relacionados con la violencia que indaga la encuesta se encuentran los niveles de conflicto en el interior de las familias de los(las) jóvenes entrevistados(as), las relaciones riesgosas, las conductas violentas o delictivas y si son víctimas de agresiones en el hogar y/o en su entorno social (escuela, trabajo o vía pública). Las preguntas abordan en particular sus hábitos personales, las características de sus hogares y diversos temas sobre los entornos de violencia en los ámbitos familiar, escolar, laboral y social (INEGI, 2015).

Debe considerarse que se trata de una muestra muy selectiva porque se entrevistó únicamente a jóvenes habitantes de zonas urbanas y porque las 47 ciudades donde se aplicó se encuentran entre las de mayor incidencia delictiva en el país. Por ello, no es posible generalizar los resultados a nivel nacional.

Para nuestro análisis consideramos como población en estudio a los(las) jóvenes urbanos(as) habitantes de las zonas mencionadas, para lo cual tomamos en cuenta la información de 32 879 casos de entrevistas completas y con respuestas en las preguntas necesarias para el análisis estadístico que desarrollamos.[3]

 

Fases del análisis estadístico y técnicas utilizadas

El trabajo estadístico de este estudio consta de tres fases: elaboración de índices e indicadores, análisis descriptivo y multivariado. Con la finalidad de sintetizar la información obtenida de la encuesta para poder analizarla descriptivamente e incluirla en el modelo estadístico, se elaboraron los siguientes índices e indicadores:[4]

  1. Índice de estratificación social de los hogares de los(las) jóvenes. Está basado en la escolaridad del(la) jefe(a) del hogar o su cónyuge (eligiendo el mayor nivel), posición en el trabajo (de quien tenga mayor nivel de escolaridad) y el índice de hacinamiento de la vivienda. Se empleó el método de componentes principales y el análisis de conglomerados para obtener una variable resumen de la estratificación social.[5]
  2. Tres índices asociados al ambiente familiar en el que viven los(las) jóvenes:

    •De conflictividad entre los otros miembros del hogar cuando el(la) joven es testigo de situaciones violentas. Capta la percepción de los(las) jóvenes sobre los conflictos y peleas que observan en sus hogares a partir de la información captada en la pregunta 3.2 del cuestionario. Adquiere valor 0 cuando no hay ningún conflicto y 10 cuando hay conflictos entre todos los demás miembros del hogar de manera frecuente. Este índice tuvo un valor de 0.60 del Alpha de Cronbach.[6]
    •De cohesión familiar. Se basa en las respuestas a la pregunta 3.1 del cuestionario para jóvenes que intenta captar las formas y la calidad de la relación, así como el grado de comunicación entre todos los miembros del hogar. Adquiere valores entre 0 y 10; mientras más elevado es su valor implica que hay mayor cohesión y comunicación entre los integrantes del hogar. Tuvo un Alpha de Cronbach de 0.64.
    •De convivencia de los(las) jóvenes con sus padres. Se basa en la información declarada en la pregunta 2.5 del cuestionario sobre la relación, nivel de cercanía y supervisión que tienen con sus padres. Adquiere valores entre 0 y 10; un valor más alto indica mejor calidad de la convivencia y mayor cercanía del(la) joven con sus padres. El Alpha de Cronbach para este índice fue de 0.85.
  3. Índice de percepción de riesgo en la colonia. Está basado en la respuesta de los(las) jóvenes a la pregunta 5.19 sobre la caracterización de la colonia o barrio en donde residen en términos de su peligrosidad y riesgo. Varía desde 0 —cuando el(la) joven no ha presenciado ninguna situación peligrosa, delictiva o violenta en su colonia— hasta 10 (cuando ha visto todas las situaciones consideradas por la encuesta). El Alpha de Cronbach para las variables que integran este índice fue de 0.80.
  4. Indicador de victimización de los(las) jóvenes en el ámbito social (escuela, trabajo o vía pública), que es la variable dependiente por explicar. Se construyó con base en las respuestas a las preguntas 6.7 y 6.8 del cuestionario para los(las) jóvenes. Adquiere valores de 0 cuando el(la) joven no fue víctima de violencia durante el último año y de 1 cuando lo fue al menos una vez.

Las técnicas empleadas en esta investigación son el análisis descriptivo de la asociación de diversas variables con la posibilidad de que los(las) jóvenes hayan sido víctimas de alguna agresión en su entorno social durante el año previo al levantamiento de la encuesta, además de un modelo de regresión logística con el que buscamos dar cuenta de las variables e indicadores que pueden contribuir a incrementar la probabilidad de que los(las) jóvenes experimenten episodios de violencia en el ámbito social.

 

Variables, índices e indicadores considerados

Tomando en cuenta la multicausalidad de la violencia en general, así como la diversidad de contextos característicos de las ciudades mexicanas, consideramos diversas variables e índices como elementos explicativos en tres ejes de análisis:

  • Individual:
    – Sexo. Considera el declarado por el(la) entrevistado(a) (hombre o mujer) y se emplea como variable dicotómica.
    – Grupo de edad. Toma en cuenta la clasificación de Gaete (2015) respecto a los procesos de cambio en la adolescencia por edades y fue seleccionada la clasificación que mejoró el ajuste del modelo —que tuvo el menor criterio de información Akaike (AIC, por sus siglas en inglés)—;[7] se emplean cuatro grupos: 12 a 13 años (adolescencia temprana), 14 a 17 años (media), 18 a 21 años (tardía) y 22 a 29 años (adultez joven).
    – Ocupación del(la) joven. Considera cinco categorías: estudia, trabaja, estudia y trabaja, no estudia ni trabaja, se dedica a los quehaceres del hogar.
  • Del hogar:
    – Tipo. Nuclear, monoparental o ampliado.
    – Estrato social. Muy bajo, bajo y medio/alto.
    – Índice de conflictividad entre los otros miembros del hogar cuando el(la) joven es testigo.
    – Índice de cohesión familiar.
    – Índice de convivencia del(la) joven con sus padres.
  • De la colonia:
    – Índice de percepción de riesgo en la colonia.


Todas estas variables e índices se conciben en el estudio como posibles desventajas asociadas al hecho de que los(las) jóvenes se vean involucrados(as) en situaciones de violencia en el ámbito social como víctimas. Se espera que si acumulan más desventajas en los tres ejes de análisis (individual, hogar y colonia), aumentará la posibilidad de que sean víctimas de algún evento de violencia en su entorno social. Por ello, la variable dependiente a explicar es un indicador de victimización del(la) joven en el ámbito o entorno social: en la escuela, el trabajo o la vía pública.

 

Análisis de los resultados

Posibilidad de ser víctima de violencia en el entorno social

De los(las) 32 879 jóvenes entrevistados(as), 43 % reportó haber sido víctima de violencia en el ámbito social en el último año. En la gráfica 1 se pueden observar las distribuciones por edad y sexo, tanto de la población total de los(las) entrevistados(as) como de aquellos(as) que afirmaron haber sido víctimas en los últimos 12 meses. Se puede apreciar que las proporciones de víctimas son mayores en las edades más tempranas y entre los hombres, al compararlos con la población de jóvenes en general y con las mujeres.

 

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En el cuadro 1 se presenta la estadística descriptiva de las variables e índices empleados, así como la significancia de las diferencias encontradas. Se puede observar que los hombres han sido víctimas en una proporción mayor en comparación con las mujeres (44.2 % frente a 41.6 %). Este dato confirma los resultados de investigaciones previas (Archer, 1994; Casique, 2012; Castro y Frías, 2010; Frías y Castro, 2011; Ramírez, 2005) que refieren una mayor vulnerabilidad de la población masculina a ser violentada en los espacios sociales, en la mayoría de los casos, por otros hombres que intentan demostrar su superioridad y reafirmar su identidad de género masculina.

En los cuatro grupos de edad se reportaron importantes proporciones de quienes declararon haber sufrido violencia en el ámbito social durante el último año (entre 38.9 y 47.1 %). En particular, el grupo de edad de 14 a 17 años (es decir, quienes están en la etapa de la adolescencia media, probablemente cursando la preparatoria) registra la mayor proporción de jóvenes que ha sufrido violencia (47.1 %). Es notorio que, conforme aumenta la edad, disminuye la frecuencia reportada por los(las) jóvenes de haber sido agredidos(as) en el espacio social en el año previo al levantamiento de la encuesta.

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Según la ocupación, los(las) jóvenes que estudian y trabajan tienen el mayor porcentaje de haber sido víctimas de violencia durante el último año (51.5 %); en contraste, entre los(las) que no estudian ni trabajan, solamente 35.4 % fueron víctimas. Las transiciones tempranas, como el insertarse en el mercado de trabajo de manera precoz y, al mismo tiempo, siguen asistiendo a la escuela, pueden implicar desventajas para los(las) jóvenes, por ello, aquellos(as) que estudian y trabajan son más jóvenes (su edad mediana es de 18 años, frente a la de quienes solo trabajan, que es de 23 años), lo que puede contribuir a incrementar el riesgo de que sean víctimas de violencia, de acuerdo con lo planteado por otros estudios (Casique, 2012; Frías y Castro, 2013; Mora y Oliveira, 2014). Esto no sucede con quienes solo trabajan, porque se han incorporado a una actividad laboral a edades más tardías y, por ello, la proporción de víctimas en esta categoría es más reducida (40.8 %).

Por tipo de hogar, quienes viven en nucleares y ampliados no muestran diferencia en las proporciones de aquellos(as) que han sido violentados(as) (ambos tienen 42.6 %). En cambio, los(las) que viven en hogares monoparentales tienen una proporción mayor de víctimas de violencia en el entorno social (44.7 %), lo cual confirma los hallazgos aportados por Rodríguez (2001) en el sentido de que este tipo de hogares está más relacionado con la victimización de los(las) jóvenes.

Por estratos sociales también se encontraron diferencias estadísticamente significativas y se observa que en el medio/alto se registra la mayor proporción de jóvenes víctimas de violencia en el ámbito social (44.1 %), mientras que en el muy bajo se ve la menor proporción (41.7 %). En un lugar intermedio, con 42.7 %, se encuentran los(las) del estrato bajo. Estos datos aportan evidencia que corrobora lo planteado por estudios anteriores en el sentido de que los(las) jóvenes de sectores sociales más favorecidos sufren violencia de manera más frecuente en la escuela o en la calle (Alvarado, 2014; Nava, 2014; Peterson, 2005).

A pesar de que el promedio del valor del índice de conflictividad en el hogar —en el que los(las) jóvenes son testigos de conflictos entre los otros miembros— es bajo, pues ascendió a 0.30 en una escala de 0 a 10, adquiere un valor más alto en los casos donde los(las) jóvenes fueron víctimas de violencia en el espacio social (0.42), que entre quienes no lo fueron (0.24). Esto sugiere que hay una relación entre los conflictos existentes en los hogares de los(las) jóvenes y la vulnerabilidad que enfrentan de sufrir violencia en su entorno social. Es decir, quienes han sido víctimas de actos violentos en la escuela, el trabajo o la calle, atestiguan, en promedio, más conflictos en sus hogares que quienes no son violentados(as), en concordancia con los hallazgos de otros estudios (Alvarado, 2014; Azaola, 2004; Frías y Castro, 2011; Nava, 2014; Ramírez, 2007). 

La cohesión familiar también está relacionada con el nivel de victimización, pues quienes fueron víctimas en los espacios sociales registran, en promedio, un valor menor en este índice (7.8) que quienes no lo fueron (8.4). En consecuencia, los datos indican que una apropiada cohesión dentro del hogar podría fungir como un elemento protector frente al riesgo de ser víctimas en la escuela, el trabajo o la vía pública. En la gráfica 2 se observa que las mujeres son más beneficiadas por esta ventaja pues, en promedio, aquellas que no fueron víctimas registraron 0.7 puntos más en este índice al compararlas con aquellas que sí lo fueron (8.4 a 7.7). En el caso de los hombres, esta diferencia fue de 0.5 puntos (8.3 a 7.8).

Por otro lado, el índice de convivencia de los(las) jóvenes con sus padres tiene prácticamente el mismo valor tanto para los(las) que fueron víctimas como para quienes no (8.0), por lo que no es posible establecer una conclusión al respecto. Al desglosarlo por sexo, en la gráfica 2 se observa que no hay diferencias.

 

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Finalmente, el índice de percepción de riesgos en la colonia mostró la relación esperada con la posible victimización de los(las) jóvenes en los espacios sociales. Quienes fueron víctimas tuvieron, en promedio, una mayor percepción de riesgo en su colonia o barrio (2.3) respecto a quienes no reportaron haber sido víctimas (1.4), lo que confirma lo reportado por otras investigaciones (Alvarado, 2014; Frías y Castro, 2011; Nava, 2014).

 

Desventajas asociadas a la posibilidad de que los(las) jóvenes hayan sido víctimas de violencia en el ámbito social

En el cuadro 2 se presentan los resultados de un modelo de regresión logística que identifica las variables individuales, del hogar y de la colonia que pueden estar asociadas con el hecho de que los(las) jóvenes hayan sido víctimas de alguna agresión en la escuela, el trabajo o la vía pública durante el año previo al levantamiento de la encuesta.

Para la elaboración del modelo, se emplearon las variables e índices descritos anteriormente y que están detallados en el Apéndice metodológico. Para evaluar si había problemas de colinealidad, se obtuvo la correlación de Spearman entre todas las variables para verificar que fueran independientes entre sí. Los resultados indican que 42 de 45 correlaciones analizadas tienen un valor menor a 0.30 en términos absolutos, lo que se consideraría correlación débil; el resto no superó 0.54, por lo que no implicarían un problema grave de colinealidad.[8]

Para evaluar problemas de endogeneidad, una vez estimado el modelo se obtuvieron los residuales y se evaluó si estaban correlacionados con las otras variables consideradas. Se observó que, en efecto, los residuos explican gran parte del comportamiento de la variable independiente, siendo este efecto estadísticamente significativo. Sin embargo, el valor de las correlaciones entre residuales y las variables explicativas del modelo osciló entre 0.00 y 0.05, por lo que se considera correlación nula. En congruencia con el resultado de existencia de endogeneidad, estamos conscientes de la cautela que debe tenerse para interpretar los resultados y considerar que el modelo no estará reflejando causalidad, sino asociación estadística (Kleinbaum, et al., 2008).

El análisis de los resultados indica que ser hombre es una primera desventaja observada entre los(las) jóvenes que han sufrido violencia en el ámbito social durante el último año. Un joven varón tiene una probabilidad de ser víctima de violencia 10 % mayor que una joven. Esta diferencia según sexo suele relacionarse con una mayor exposición masculina a riesgos a causa de rencillas o peleas con otros hombres, o al ser victimizados por sus pares como una medida empleada para imponer un estatus de superioridad entre varones (Archer, 1994; Campbell y Muncer, 1994; Frías y Castro, 2011; Ramírez, 2005; Ramírez, 2007).

Otra desventaja que pueden acumular es pertenecer al grupo de edad de 14 a 17 años (adolescencia media), pues entre estos(as) jóvenes la probabilidad de haber sido víctima es la más alta, lo cual puede estar relacionado con el hecho de que en esta etapa muestran un incremento en las conductas de riesgo que pueden favorecer su victimización (AAP, 2017; Gaete, 2015). En comparación con estos(as) jóvenes, todos(as) los(las) demás tienen una menor probabilidad de haber sido víctimas de violencia en el ámbito social durante el último año. Los(las) de mayor edad (22 a 29 años) tienen la menor probabilidad de haber sido violentados(as), 24 % menos que el grupo ubicado en la adolescencia media.

Cuando se analiza el impacto de la ocupación, se observa que estudiar y trabajar incrementa más la probabilidad de que los(las) jóvenes sean víctimas de violencia. En cambio, quienes no estudian ni trabajan tienen la probabilidad más reducida (41 % menor) de haber sufrido violencia, al compararla con quienes estudian y trabajan, seguida de quienes se dedican a los quehaceres del hogar y de quienes solo trabajan (24 % menor en ambas circunstancias). En tanto que aquellos(as) dedicados(as) solamente a estudiar tienen una probabilidad 19 % menor. Estos hallazgos estarían indicando que dedicarse a estudiar y trabajar al mismo tiempo puede considerarse como una desventaja que está asociada con una mayor exposición a riesgos de sufrir violencia, porque estos(as) jóvenes han transitado al mundo laboral de manera anticipada, en edad escolar (Alcázar et al., 2020; Mora y Oliveira, 2014; Nurius et al., 2015; Rodríguez, 2001; Schafer et al., 2011).

En el análisis correspondiente al ámbito del hogar, todas las variables consideradas como posibles desventajas resultaron estadísticamente significativas sobre la victimización de los(las) jóvenes. La mayor probabilidad de ser víctimas la tienen los(las) jóvenes integrantes de hogares monoparentales, 12 % más alta respecto a aquellos(as) cuyos hogares son nucleares, seguidos(as) de quienes viven en hogares ampliados, con una probabilidad 10 % mayor. Pertenecer a un hogar monoparental se traduce en una desventaja para los(las) jóvenes frente a la probabilidad de ser víctimas en el ámbito social (Rodríguez, 2001), sobre todo si se les compara con quienes pertenecen a un hogar nuclear, con la presencia de ambos padres, que puede constituirse en una ventaja o factor protector.

 

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En este análisis no pudimos comprobar que pertenecer a un determinado estrato social se encuentre asociado estadísticamente con una mayor o menor probabilidad de que los(las) jóvenes sean víctimas de violencia en el ámbito social.

El índice de conflictividad en los hogares de los(las) jóvenes tiene una relación positiva con la probabilidad de que hayan sido víctimas de episodios de violencia en los espacios sociales. Por cada incremento de una unidad en el índice, la probabilidad aumenta 27 por ciento. Como lo habían señalado diversos estudios previos, la existencia de ambientes familiares hostiles, caracterizados por relaciones violentas entre sus miembros, puede traducirse en una importante desventaja para el involucramiento de los(las) jóvenes en situaciones de violencia como víctimas en los espacios sociales o públicos (Alvarado, 2014; Azaola, 2004; Frías y Castro, 2011, 2013; Ramírez, 2007; Nava, 2014).

El resultado del índice de cohesión familiar muestra que cada incremento en una unidad de su valor implica una reducción de 16 % en la probabilidad de que los(las) jóvenes sean víctimas de violencia en su entorno social. Es decir, un mayor nivel de cohesión y convivencia entre los miembros del hogar puede ser una ventaja o factor que los proteja de sufrir violencia en el ámbito social (Alvarado, 2014; Azaola, 2004; Castro, 2014; Saucedo, 2010).

En conjunto, estos dos índices se encuentran asociados a ambientes familiares hostiles y violentos que pueden favorecer la victimización de los(las) jóvenes en su entorno social. En contraste, el comportamiento del índice de convivencia de estos(as) con sus padres operó en sentido contrario a lo esperado, pues valores altos del índice incrementan la probabilidad de que sean víctimas (5 % por cada unidad que este aumenta).

Por último, en el ámbito de la colonia, el índice de percepción de riesgo tiene una relación positiva con la victimización de los(las) jóvenes. Por cada incremento en él, la probabilidad de que sean víctimas de violencia aumenta 20 por ciento. Esto confirma lo planteado con anterioridad por otros estudios en cuanto a que residir en colonias de alto riesgo e inseguridad puede conformarse como una clara desventaja en términos de su victimización (Alvarado, 2014; Castel, 2004; Frías y Castro, 2011; Nava, 2014).

 

Consideraciones finales

Para la realización de este estudio, nos enfrentamos con diversas limitaciones, algunas de las cuales tienen que ver con la muestra utilizada por la ECOPRED 2014 debido a que se trata de población juvenil urbana que reside en las 47 ciudades seleccionadas. Por ello, nuestros hallazgos, al no poder generalizarse a nivel nacional, son solamente representativos de estas urbes, caracterizadas por tener elevados índices delictivos. Además, el origen prediseñado del cuestionario, empleado para la recolección de la información, nos obliga a utilizar las variables usadas por la encuesta y nos impide su reformulación.

Por otro lado, la abundante información recolectada por la encuesta para dar cuenta de las características de las relaciones en los hogares de los(las) jóvenes entrevistados(as) nos obligó a realizar un esfuerzo para sintetizarla mediante la elaboración de diversos índices e indicadores. En particular, la variable dependiente, un indicador de la victimización de los(las) jóvenes en el ámbito social, se emplea de manera dicotómica con la intención de mejorar el ajuste del modelo estadístico empleado, sin embargo, esto impidió desglosar los niveles de violencia a los que han sido expuestos con el fin de observar posibles matices.

A pesar de las limitaciones señaladas, nuestros hallazgos amplían y actualizan la información que había sido reportada por otras investigaciones sobre diversos factores predictores de la victimización de los(las) jóvenes en la escuela, el trabajo o la vía pública (Archer, 1994; Alvarado, 2014; Casique, 2012; Frías y Castro, 2011; Nurius et al., 2015; Rodríguez, 2001). Además, brindan elementos para el análisis de las consecuencias que la violencia experimentada en los hogares y comunidades de los(las) jóvenes puede propiciar en sus vidas e interacciones en su entorno social.

Este estudio aporta, en particular, evidencias sobre la pertinencia de considerar tres ámbitos de análisis (individual, familiar y de la colonia) donde los(las) jóvenes pueden acumular diversas desventajas que se asocian con la posibilidad de ser víctimas de violencia en su contexto social. El análisis que llevamos a cabo permite afirmar que las posibilidades de que sean víctimas de episodios de violencia en diversos ámbitos del espacio social o público (como la escuela, el trabajo o la vía pública) se incrementan de manera significativa cuando se trata de jóvenes varones, con edades entre los 14 y los 17 años, que estudian y trabajan, cuyos hogares son monoparentales, en los cuales existe un ambiente de alta conflictividad y poca cohesión familiar. Además, la violencia experimentada por estos muchachos en el espacio público se exacerba cuando habitan en barrios o colonias percibidas como riesgosas.

Podemos decir, entonces, que si bien es cierto que habitar en ciudades con alta incidencia delictiva y en barrios o colonias percibidas como riesgosas puede contribuir a explicar la violencia a la que son sometidos los(las) jóvenes, es importante también considerar el tipo de ambiente que prevalece en sus hogares: los hostiles y violentos pueden configurarse en importantes desventajas que favorecen la victimización de los(las) jóvenes urbanos en la escuela, el trabajo o la vía pública, una advertencia que ha sido señalada por otras investigaciones (Alvarado, 2014; Azaola, 2004; Frías y Castro, 2011; Morrison y Shifter, 2005; Nava, 2014; Ramírez, 2007; Saucedo, 2010).

Con estos resultados deseamos enfatizar, al igual que otros estudios (Castro, 2014; Frías y Castro, 2013; Mora y Oliveira, 2014; Peterson, 2005; UNICEF, 2006), que los hogares pueden constituirse en los lugares más inseguros para la población infantil y juvenil debido al maltrato y la violencia que experimentan como parte de una dinámica cotidiana, que puede replicarse más tarde y que tiene repercusiones importantes en su trayectoria de vida.

Con este trabajo deseamos contribuir a visibilizar un problema que atañe a las familias, a la sociedad mexicana en su conjunto y a las instancias gubernamentales encargadas de vigilar y promover el bienestar de la infancia y la juventud: la violencia en los hogares y sus repercusiones en la vida de los(las) jóvenes. Consideramos que las políticas públicas y los programas de prevención de la violencia que afecta a la juventud en los espacios públicos deben tomar en cuenta la necesidad de combatir la violencia intrafamiliar para aliviar la situación que sufren en sus ámbitos de socialización secundaria (escuela, trabajo y vía pública) en términos de su victimización.

Es necesario que los mecanismos institucionales y las estrategias gubernamentales en esta materia dejen de considerar la violencia al interior de los hogares como un fenómeno propio del ámbito privado o doméstico y lo conciban de competencia de la acción pública. En ese sentido, la tarea gubernamental tendría qué considerar el diseño e impulso de intensas campañas de concientización entre los padres de familia para evitar toda forma de maltrato y violencia hacia la infancia y la juventud pues, como se ha visto en nuestros resultados, las relaciones violentas en los hogares tienen fuertes y adversas repercusiones en las trayectorias de vida de los(las) niños(as) y los(las) jóvenes.

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Schoon, I. y J. Bynner. “Risk and Resilience in the Life Course: Implications for Interventions and Social Policies”, en: Journal of Youth Studies. Vol. 6, núm. 1. 2003, pp. 21-31.

Schoon, I. y G. Melis. “Intergenerational transmission of family adversity: Examining constellations of risk factors”, en: Journal PLoS ONE. Vol. 14, núm. 4. 2019, pp. 1-18.

Taguenca, J. A. “El concepto de juventud”, en: Revista Mexicana de Sociología. Núm. 71 (1), 2008, pp. 159-190.

UNICEF. Behind Closed Doors. The Impact of Domestic Violence on Children. Nueva York, UNICEF, 2006.

Velázquez, M. “México tiene 15 de las ciudades más violentas del mundo”, en: El Economista. México, 12 de marzo de 2019.

WHO. The cycles of violence. The relationship between childhood maltreatment and the risk of later becoming a victim or perpetrator of violence. Copenhagen, WHO Regional Office for Europe-University of Birgminham, 2007.

_______ Youth and health risks. Report by the Secretariat. 2011. Consultado en https://bit.ly/389Ob3U, el 9 de octubre de 2020.

 

Anexo

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Apéndice metodológico

Construcción del estrato social de los hogares

Se empleó el método de componentes principales para obtener una variable resumen de:

  • La escolaridad del(la) jefe(a) del hogar o su cónyuge (la más elevada entre ambas personas) medida como el número de años de escolaridad a partir de primero de primaria.
  • La posición en el trabajo de la persona con mayor escolaridad entre el(la) jefe(a) del hogar o su cónyuge. Se consideró una escala de cinco posiciones utilizada por la ECOPRED 2014: 1. Trabajador sin pago; 2. Jornalero o peón; 3. Trabajador por su cuenta; 4. Empleado u obrero; 5. Patrón o empleador.
  • El índice de hacinamiento de la vivienda estimado como el número de personas en ella entre la cantidad de cuartos empleados para dormir.

El valor asignado a las tres variables en el primer componente explica 46 % de la varianza. La escolaridad adquiere un valor positivo de 0.6692, es decir, que a mayor nivel aumentará el valor de la variable resumen. La posición en el trabajo también incide positivamente con un valor de 0.5375, refleja que un mejor puesto aumenta el valor de la variable resumen. El índice de hacinamiento, cuya influencia negativa resulta de -0.513, implica que, a mayor grado, menor será el valor de la variable resumen.[9]

A partir de la variable resumen se emplea el análisis de conglomerados con la técnica de k-medias para sintetizar la variable resumen en tres categorías. Se estimaron tres medias y a cada hogar se le asoció con la media más cercana al valor adquirido en el primer componente, lo que derivó en los tres estratos propuestos: muy bajo (que agrupó a 17.7 % de los hogares encuestados), bajo (44.2 %) y medio-alto (38.1 %).

Se incluye en una misma categoría a los hogares de estrato medio y alto debido a que la distribución desigual de los ingresos en México ha provocado que muy pocos hogares puedan ubicarse en el estrato muy alto. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (INEGI, 2018), 80 % de los hogares concentra 50 % del ingreso; 10 % tiene 16 % y el restante 10 % agrupa 34 por ciento. Además, es frecuente que en los hogares de estrato alto haya más renuencia a responder a las encuestas. De hecho, la ECOPRED 2014 tiene una menor representatividad del estrato alto pues mientras 53 % de los(las) jefes(as) de los hogares entrevistados(as) tenían como nivel de escolaridad algún grado terminado de secundaria o menos, solo 2.5 % tenía como ocupación en el trabajo ser patrón(a) o empleador(a) (INEGI, 2015). Al reunir en una categoría a estos dos estratos sociales se cumplió con el objetivo de tener menos grupos o categorías, pero con un mayor nivel de representatividad.

 

Construcción de tres índices asociados al ambiente familiar en el que viven los(las) jóvenes

  1. Índice de conflictividad entre los otros miembros del hogar, cuando el(la) joven es testigo de violencia: entre el padre o tutor y la madre o tutora, con sus respectivas parejas, entre hermanos(as), entre hermanos(as) y padres, así como entre tíos(as), primos(as) o sobrinos(as). Se basa en la información de la pregunta 3.2 del cuestionario para jóvenes: “De las personas mencionadas en el siguiente recuadro que viven en tu hogar, marca entre quiénes surgen conflictos o peleas”. En este índice se consideraron 17 posibles combinaciones que, multiplicadas por la frecuencia (0 a 10), adquirió valores entre 0 y 170, donde 0 significa que el(la) joven no declaró ningún tipo de conflicto entre los miembros de su hogar y 170 que implica que todos los miembros del hogar tuvieron conflictos entre sí con mucha frecuencia.

Posteriormente, se dividió entre el número de miembros del hogar, de tal manera que su valor no resultara más alto en los hogares donde habitan más personas. Para hacer interpretaciones más claras a partir de los datos, se optó por estandarizarlo en una escala de resultados del 0 al 10.

  1. Índice de cohesión familiar. Cuando adquiere valores altos indica un ambiente armonioso de convivencia en el hogar, mientras que los bajos representan ambientes hostiles. Se basa en la información de la pregunta 3.1 del cuestionario para jóvenes: “¿Cómo es la relación entre las personas de tu hogar que viven en esta casa?” En el cuadro 2A se presentan las formas de relacionamiento entre los miembros del hogar consideradas en el cuestionario.

A cada respuesta dada por el(la) joven (sí o no) en el sentido esperado para incrementar la cohesión, se le asignó el valor 1 y después se sumaron todos los valores, obteniendo un rango entre 0 y 12, donde 12 implica la mayor cohesión familiar. El índice se estandarizó para que sus valores fluctuaran en un rango de 0 a 10.

 

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  1. Índice de convivencia del(la) joven con sus padres. Se elaboró pensando que una relación más estrecha entre el(la) entrevistado(a) y sus padres podría servir como un elemento protector ante situaciones de violencia, por lo tanto, cuando adquiere valores altos podría ser indicativo de ambientes familiares armoniosos, mientras que los bajos caracterizarían ambientes hostiles y conflictivos. En la pregunta 2.5 del cuestionario para jóvenes (“Piensa en la manera en que conviven dentro de tu hogar. De las siguientes actividades y situaciones, con quién ocurren”), se cuestiona a los(las) jóvenes si alguno de sus padres, la pareja de alguno(a) de ellos(as) o algún(a) otro(a) adulto(a) dentro del hogar realiza con ellos(as) las actividades mencionadas en el cuadro 3A.

Se asignó el valor de 1 a cada forma de relacionarse del(la) joven cuando al menos uno(a) de los(las) adultos(as) del hogar realizó alguna de las actividades. Después de ello se generó una variable de la suma de todas las situaciones declaradas por el(la) joven, la cual tuvo valores entre 0 (ningún nivel de convivencia) y 21 (máximo nivel de convivencia). Se estandarizaron los valores para que todos se encontraran en el rango de 0 a 10.

 

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Construcción del índice de percepción de riesgo en la colonia

Su elaboración se basó en la ocurrencia de hechos violentos o delictivos en la colonia registrados en la pregunta 5.19 del cuestionario para jóvenes. Se seleccionaron circunstancias clave para caracterizar una colonia o barrio como riesgoso y se presentan en el cuadro 4A. Cada circunstancia recibió un peso según el impacto que pueda tener en el incremento del riesgo de violencia; se sumaron los valores ponderados de todas las circunstancias descritas por el(la) entrevistado(a). Los resultados obtenidos varían de 0 —es decir, que el(la) joven no reportó haber visto ninguna de las situaciones en su colonia— a 22 —el máximo número de situaciones reportadas por los(las) jóvenes—. Este índice se estandarizó para obtener resultados en una escala del 1 al 10.

Construcción del indicador de victimización del(la) joven en el ámbito social (escuela, trabajo o vía pública)

Para elaborar el índice se emplearon las preguntas 6.7 y 6.8 del cuestionario de jóvenes. Las situaciones consideradas se presentan en el cuadro 5A e incluyen desde burlas y exclusión hasta agresiones sexuales, pasando por intimidación, robo y agresiones físicas. Se generó una variable dicotómica, que adquirió valor de 0 cuando los(las) jóvenes no declararon haber sufrido ningún tipo de agresión y de 1 cuando sufrieron alguna de ellas.

 

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[1] A lo largo de este texto se utilizará el término padres para referirnos a padres y madres, en su conjunto.

[2] Se considera al menos una zona territorial de cada entidad federativa. Las ciudades fueron definidas por la Secretaría de Gobernación por ser consideradas prioritarias en el Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia 2014-2018. El listado completo de las urbes consideradas se puede consultar en el cuadro 1A del Anexo.

[3] Se consideraron solo los cuestionarios con código de resultado 01 —con información completa del hogar y para los(las) jóvenes—; se excluyeron 831 casos que no respondieron a las preguntas necesarias para realizar el análisis estadístico que presentamos.

[4] Para consultar la metodología detallada empleada en la construcción de cada uno de los índices e indicadores utilizados en este estudio dirigirse al Apéndice metodológico al final de este trabajo.

[5] Se consideran mejores condiciones de vida en el hogar cuando es mayor el nivel educativo, mejor la posición en el trabajo y menor el nivel de hacinamiento. En contraste, los valores más bajos los tendrán los hogares donde la escolaridad sea escasa, la posición en el trabajo precaria y el hacinamiento elevado.

[6] El Alpha de Cronbach es un coeficiente que indica la consistencia entre las variables que integran los indicadores. Puede adquirir valores entre 0 y 1, siendo bajos los valores entre 0.60 y 0.69, aceptables los de 0.70 a 0.79 y consistentes los superiores a 0.80. Optamos por mantener dentro del análisis los coeficientes con valores a partir de 0.60 debido a la importancia teórica que representan y a la limitación de no poder modificar el cuestionario empleado por la encuesta.

[7] Es una medida del ajuste que sirve para comparar modelos entre sí basado en la función de máxima verosimilitud. El modelo con menor valor en el AIC estimado es el que ajusta mejor.

[8] El índice de convivencia con los padres con el grupo de edad y el mismo índice de convivencia con los padres con la ocupación de los(las) jóvenes tuvieron un coeficiente de correlación de -0.35 y -0.36, respectivamente, y ambos resultaron estadísticamente significativos. Al considerarse un efecto medio se prefirió mantener las variables en el modelo debido a su importancia en términos teóricos. Un efecto ligeramente mayor tuvo la relación entre la ocupación de los(las) jóvenes y el grupo de edad, con un coeficiente de 0.54, lo cual es normal, considerando que a mayor edad es más frecuente que los(las) jóvenes trabajen. Por la importancia esencial de estas variables para el análisis, se mantuvieron ambas en el modelo (Kleinbaum et al., 2008).

[9] Los valores indican cierta colinealidad entre las variables empleadas, pero no se consideró grave debido a que no superan 0.9 y el número determinante es 1.429, menor que 30 (Kleinbaum et al., 2008).

Alejandra Pérez Pérez

Autor

De nacionalidad mexicana. Es licenciada en Sociología por la UNAM y maestra en Demografía por El Colegio de México (COLMEX). Obtuvo el primer lugar en la 6.ª edición del Concurso Internacional de Tesis de Maestría sobre Seguridad Pública, Victimización y Justicia en América Latina y el Caribe (2017). En la actualidad, labora en el Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano de la Ciudad de México (C5) como subdirectora de Diseño y Desarrollo de Estrategias.


Olga Lorena Rojas Martínez

Autor

De nacionalidad mexicana. Es maestra en Demografía y doctora en Estudios de Población por COLMEX, institución donde labora como profesora-investigadora. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) con nivel III. Es autora de los libros Paternidad y vida familiar en la Ciudad de México y Estudios sobre la reproducción masculina, publicados por COLMEX.


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